Sociólogo, filósofo, historiador y economista, Karl Marx fue un polifacético personaje que presagió el inevitable derrumbe del capitalismo...
Nacido en 1818 en la familia de un abogado prusiano, Karl Marx manifestó desde joven profundas inquietudes teológicas y literarias (llegando incluso a escribir poemas religiosos).
Sin embargo, la vida pronto lo llevó por caminos muy distintos. Tras cursar estudios de grado en Derecho, Marx escribió su tesis doctoral sobre la filosofía de la naturaleza en pensadores antiguos. Luego, se unió a la agitación revolucionaria que, por entonces, dominaba en la vieja Europa.
Sus actividades como panfletista de izquierda lo convirtieron en enemigo público de Prusia y lo llevaron a exiliarse hacia la liberal Londres, donde se dedicó de lleno al estudio de la economía política y escribió la mayor parte de los cien gruesos volúmenes de su obra.
En este artículo, nos limitaremos a comentar algunos temas tratados en el magnum opus El Capital (1867) donde Marx presagia el inevitable derrumbe del sistema capitalista.
La obra se abre con un gran interrogante: ¿cómo es posible la existencia de beneficios económicos? ¿Cómo es posible que un empresario (o un "burgués" como le decían por aquel entonces) invierta, por ejemplo, $100 para llevarse $120 al final de proceso de producción?
Para Marx, la respuesta debe buscarse en las entrañas del símbolo de la revolución industrial: la fábrica capitalista.
Desde sus primeros días sobre la Tierra, el hombre puso en marcha diversos procesos para organizar la producción de artículos útiles para la satisfacción de sus necesidades. En la época antigua, el método en boga era la esclavitud. En el medioevo, la servidumbre feudal. Y, en la modernidad capitalista, el trabajo asalariado.
El empresario, propietario de los medios de producción, arriesga su capital adquiriendo máquinas, insumos y fuerza de trabajo. Este último factor tiene, para Marx, algunas características especiales que lo convierten en el corazón del sistema.
En efecto, el burgués contrata trabajadores por un salario equivalente a lo necesario para satisfacer sus necesidades biológicas y sociales. Supongamos, por ejemplo, que el valor de la fuerza de trabajo es de seis horas diarias (siendo éste el tiempo que necesita el obrero para producir sus medios de subsistencia).
Sin embargo, tras estas seis horas, el obrero no recoge sus cosas, saluda a su patrón y se va a su casa. A cambio de su salario, el empleado ha vendido al burgués la totalidad de su fuerza de trabajo de la jornada (que dura, supongamos, ocho horas).
La diferencia entre el tiempo de trabajo necesario para satisfacer las necesidades del empleado y el tiempo efectivamente trabajado es la famosa plusvalía (que asciende a dos horas en este ejemplo). Y en ella se encuentra el origen del beneficio capitalista.
Precisamente, aquí encontramos también las raíces teóricas de la profecía de la debacle capitalista que se anuncia en el tercer tomo de El Capital.
Según Marx, una de las tendencias intrínsecas al sistema consiste en el progresivo reemplazo de trabajo humano por máquinas. La presión de la competencia genera, en cada empresario, incentivos a mecanizar el proceso productivo para ahorrar costos salariales.
No obstante, concentrados en sus pequeños intereses individuales por maximizar la eficiencia, los empresarios no son conscientes de que el reemplazo de personas por máquinas tiende a destruir los fundamentos mismos del sistema: la extracción de plusvalía en la fábrica.
Así, mientras más trabajadores sean expulsados, la tasa de plusvalía será menor. Y así, en última instancia, la rentabilidad empresarial tiende a reducirse hasta el punto en que el sistema pierda toda su viabilidad, hundiéndose en una brutal depresión que abre las puertas a la redención socialista.
Ahora bien, el fundador del socialismo científico formuló su oscura profecía en la segunda mitad del siglo XIX. ¿Qué ocurrió después?
Algunos creyeron que la crisis del '29 era la gran depresión predicha por Marx (y el hecho de que la Unión Soviética hubiera quedado relativamente a resguardo de sus devastadores efectos parecía confirmar su teoría).
No obstante, la historia nos enseña que los que se acabaron derrumbando fueron los "paraísos socialistas" erigidos, en parte, sobre la doctrina marxista. La desintegración de la Rusia comunista en 1991 marcó el fin de una era. De hecho, hoy hasta China ha aceptado los fundamentos de la economía de mercado.
¿Estaba Marx equivocado?
Ríos de tinta han corrido sobre el asunto. Algunos dicen que la profecía todavía es válida y que terminará cumpliéndose en el futuro.
Para los economistas marginalistas de principios del siglo XX, la teoría económica marxista se basa en una teoría del valor falsa (invalidando así todo el análisis y sus predicciones).
Por el contrario, en su Teoría del Desarrollo Capitalista, el pensador marxista, Paul Sweezy, ofrece una interpretación diferente. Marx vivió y pensó en un capitalismo similar a lo que los economistas neoclásicos llaman "mercado de competencia perfecta" con millones de productores indiferenciados.
Sin embargo, a fines del siglo XIX, el sistema sufrió una serie de modificaciones que condujeron a la formación de monopolios y oligopolios: así comenzó la era de las grandes corporaciones multinacionales. De esta forma, la concentración económica habría contrarrestado la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Marx murió en 1883. Seguramente, jamás imaginó el tremendo impacto que tendría su obra en la formación de las mentalidades del siglo XX. En el cementerio londinense de Highgate, donde se encuentran sus restos, como epitafio aparece una de sus célebres tesis sobre Feuerbach: "Hasta hoy, los filósofos sólo se ocuparon de interpretar al mundo. Lo que importa es cambiarlo".
Federico Ast
Editor de MATERIABIZ
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