En 1912, Henry Ford, el magnate de la industria automovilística estadounidense, volvía de un viaje por Europa y al llegar a su factoría se encontró con una sorpresa: sus ingenieros habían construido una versión mejorada de su buque insignia, el Model T. Tras unos segundos de inspección, Ford sacó las manos de los bolsillos y comenzó a destruir personalmente el vehículo, gritando a los cuatro vientos algo así como “el modelo T es mi creación personal y es lo que los americanos quieren, jamás morirán, nadie tiene derecho a modificar mi invento”. Y, efectivamente, durante una década fue así, el modelo T no encontró competidor, manteniendo la primacía de Ford en el mercado. Sin embargo, la competencia trabajaba duro en investigación y desarrollo, todo lo contrario que Ford, que básicamente se limiitaba a cambiar el color de los modelos. En 1925 Chevrolet daba el golpe, con un nuevo coche que inmediatamente atrajo la atención de los usuarios y redujo las ventas de Ford prácticamente a la mitad. Chevrolet se aupó al liderato. Ford jamás recuperó esa posición.
Via Mangas Verdes
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